Tal vez sea porque me encanta la noche. No exactamente para vivirla de bar en bar, ni para bailarla, ni para bebérmela. Me encanta la noche para estar, simplemente. Para ser consciente de estar.
A estas horas soy más libre para pensar y para sentir. Incluso para expresar, aún sin interlocutor. Porque nada interrumpe. La luz de las estrellas no deslumbra como la del sol. El aire es más respirable. Y todo parece más cercano.
Es como si de noche, me mintiese menos a mí misma. Como si no hiciera falta maquillaje, ni posturas. Como si sólo hiciera falta vestirse de verdades. No hay prisas, ni deberes. Sólo la brisa y el silencio que entran por la ventana.
Creo que la gente que no duerme de noche vive en un mundo paralelo. La mente no es la misma. No se ve la vida del mismo color. Es como si se mezclase la realidad con el universo onírico. Como si el subconsciente estuviera más a flor de piel. Una especie de embriaguez lúcida.
Es un momento estupendo para escribir cosas distintas, que difícilmente soportan la luz del día.
Una verdadera pausa entre citas ineludibles. Tomarme unas vacaciones de mí misma. Salir un rato de todo lo que se supone que debo ser.
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