De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

lunes, 28 de junio de 2010

Aventuras urbanas.

Hay un lugar en la ciudad donde se da lo mejor y lo peor del ser humano. Las más altas y bajas pasiones. Sonrisas y lágrimas. Palabras suaves e insultos. Ternura y crueldad. Ese lugar es... el autobús. Cualquier autobús.

Los fines de semana, suelo aparcar mi adorado coche para evitar que sufra en demasía los sinsabores del tráfico dominguero del centro de Madrid. El metro me da calor en estas fechas, así que opto por la EMT. Mi casa está bastante bien comunicada con el centro y, gracias a un estupendo programita que me he instalado en el móvil y que me avisa de los minutos exactos que quedan para que llegue mi autobús, me ahorro largas esperas.

Y cuando por fin llega... ¡qué digo! incluso, cuando está a punto de llegar, empieza la aventura. Sin ir más lejos, este domingo me encontraba esperando el 148 en la calle Jaime el Conquistador. En la parada, sólo estábamos 3 personas: una señora mayor, una joven y yo (una mujer de mediana edad, vamos). La chica, bastante educada, preguntó si el 6 había pasado ya. La señora, muy amable, le contestó que sí, pero que a lo lejos ya se veía llegar el siguiente. Todo con muy buen rollo. Un buen rollo que me contagiaron. Así que, aunque yo era la primera en la fila, cuando el 148 abrió sus puertas, dejé subir primero a la señora, que me lo agradeció con una sonrisa. "Qué bonita es la vida" pensé yo, mientras validaba mi metrobús.

Como había bastantes asientos libres, me senté. Y, claro, me puse a escuchar la conversación de los de al lado. Lo normal. Era una pareja de amigos (no parecían tener mucha confianza), compuesta por un chico y una chica, de unos veintitantos años. La chica tenía esa típica forma de hablar que tan bien imitan en "Aída"... la típica forma de hablar de joven concursante de "Operación Momotombo" o "Curso del 63". Vamos, que no era fácilmente confundible con ninguna catedrática. El caso es que la chica contaba que le habían ofrecido trabajar en una serie de televisión, pero que claro, que eso requería que estuviera grabando todos los días durante varios meses y que ella quería terminar la carrera. Y que también le habían ofrecido ir al programa "Mujeres y hombres y viceversa", pero que no quiso por que ahí va "lo peor" y que la gente que va de público a los programas son "desechos humanos". Ella empezó a estudiar Periodismo, pero se cambió a Publicidad porque quería ser creativa, porque había ganado muchos concursos y el padre de una amiga suya era jefe en no sé dónde y ya tenía el trabajo asegurado cuando acabara y blablabla. Me pareció un discurso tan... terrible... El chico no abría la boca. Ella no dejó de decir lo estupenda que era y lo espantosa que era toda aquella gente que iba a aplaudir a los programas. Me dio tanta pena... Pensé que tal vez ella podría verse algún día en la necesidad de formar parte de esos "desechos humanos" que, por no ser "creativos", tienen que pasar la mañana bailando politonos y aprovechando el bocadillo que les dan.

El caso es que tuve que desconectarme de esa conversación, porque, de repente, en la parada de la Ronda de Toledo esquina a la Ribera de Curtidores, con el rastro en pleno apogeo, una señora muy mayor, corría como podía para alcanzar al autobús, que ya había cerrado las puertas y estaba arrancando. El caso es que la señora se acercó demasiado al vehículo y, de no ser por un joven sudamericano que la cogió del brazo casi al vuelo, habría sufrido alguna lesión al golpearse con la carrocería. Medio autobús gritó y luego todo el mundo comentaba que "madre mía, si no hubiera sido por el muchacho", "es que este autobusero va como loco", "la gente no tiene cuidado y luego pasa lo que pasa"... En fin, se creó ese típico momento en el que todo el mundo se da la razón y se oyen varios "diga usted que sí".

En Plaza de España, todo parecía en calma, cuando, cerca de mí, se sientan dos señoras que vienen increpando a un treintañero: "si es que llevas avasallando desde que estabas en la parada", "es que no tienes vergüenza". El chico, sudoroso y nervioso, empezó a decir, bastante violentamente, unas palabras que nadie pudo descifrar, porque no parecía estar hablando en castellano. Una de las señoras, se puso "muy flamenca" (como dice mi madre) y dijo: "¡¡a mí me hablas en español!!". Y el chico habló en español, pero bajito. Y dijo una serie de barbaridades. Las señoras le mandaron a hacer puñetas y ahí se acabó el tema.

Para cuando llegamos a Callao, los ánimos estaban caldeadísimos... Y yo me preguntaba cómo era posible que, en apenas tres kilómetros, uno pudiera perder la fe en el género humano...

¿Será que el autobús saca lo peor de nosotros? No, porque el coche también lo hace... ¿Será que las ruedas y el ser humano no son compatibles?

Hoy ha habido huelga de metro. Así que no me quiero ni imaginar la de broncas, insultos y peleas que ha habido por todo Madrid. Pero no hay que olvidar que, también a veces, en esos lugares, la masa se une en favor de la solidaridad y se ceden asientos, se le pide a gritos al autobusero que pare, que a un señor se le ha pasado la parada, se entablan agradables conversaciones...

Montar en autobús es una aventura fascinante. Hacedlo y siempre tendréis algo que contar, por tonto que sea...

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Hoy no dejo una canción. Hoy dejo mi poema favorito de mi poeta favorito:

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