De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

miércoles, 30 de junio de 2010

Méritos.

Voy a decir algo extraño, poco políticamente correcto, mal visto: casi nadie tiene mérito.

Es un comentario un poco radical y conviene matizarlo, claro está. Pero me baso en que casi todo lo que hacemos por voluntad propia, lo hacemos porque, o se nos da bien, o nos hace felices.

Todo el mundo dirá que cómo se me ocurre decir que, por ejemplo, lo que hizo Teresa de Calcuta, no tuvo mérito. Pues bien... yo creo que no lo tuvo. Porque estoy convencida que lo hacía porque le salía de dentro, porque hacerlo, le hacía increíblemente feliz. Esa gran mujer tenía la inmensa suerte de ser profundamente bondadosa. Tenía la suerte de que una fuerza enorme que nacía de lo más profundo de su ser, le llevara a ayudar a los más necesitados y luchara contra lo que fuera por conseguirlo. Y estoy segura de que todas las noches se acostaba con una paz tremenda y con una felicidad en el corazón que muy pocos pueden llegar a sentir. Ella era digna de admiración por ser así... pero lo que hizo, en el fondo, no le provocó sufrimiento.

Se me está malinterpretando, seguro. Porque es difícil de explicar. Esta noche me he atrevido con un tema un poco delicado...

Lo que uno hace por vocación, por ilusión, porque ama lo que hace... no requiere esfuerzo. Está claro que muchas cosas conllevan mucho trabajo, muchos sinsabores, muchas energías físicas o mentales... pero cuando las haces porque quieres, porque deseas hacerlas de corazón... el esfuerzo es mucho más liviano.

El mérito consiste, a mi humilde modo de ver, en hacer cosas que no te gusten, que te resulten pesadas, desagradables, pero que, a pesar de no tener más remedio que hacerlas, las aguantes estoicamente y hasta con una sonrisa.

¿Sigo sin explicarme? Tal vez no debería haberme metido en este berenjenal...

Pero todo lo que hagas porque te hace feliz, o por amor... te resta méritos.

Cantar bien no es un mérito. Es una suerte genética. Igual que ser un gran deportista. O hacer raíces cuadradas con decimales y sin calculadora. O tener unos ojazos.

Todos hemos nacido con un don o dos. Y potenciar esos dones es algo placentero, algo que no nos cuesta.

Una vez tuve que tomar la decisión de acabar con algo que no me estaba haciendo feliz. Varias personas me dijeron que había sido muy valiente. Yo siempre pensé que lo valiente habría sido continuar con ello, porque tomar la decisión de acabarlo iba a hacerme feliz y ser feliz es mucho más fácil. ¡Se lleva muchísimo mejor!

No digo que no haya que admirar a la gente. Pero creo que hay que admirarles por tener la suerte de ser como son.

----------
Esta noche, cuando volvía de tomarme algo con una excelente amiga y mejor persona, en el coche de al lado, alguien con muy buen gusto escuchaba esta canción, que resulta ser mi bolero favorito... y que yo, por suerte genética, canto también muy bien (ja).


lunes, 28 de junio de 2010

Aventuras urbanas.

Hay un lugar en la ciudad donde se da lo mejor y lo peor del ser humano. Las más altas y bajas pasiones. Sonrisas y lágrimas. Palabras suaves e insultos. Ternura y crueldad. Ese lugar es... el autobús. Cualquier autobús.

Los fines de semana, suelo aparcar mi adorado coche para evitar que sufra en demasía los sinsabores del tráfico dominguero del centro de Madrid. El metro me da calor en estas fechas, así que opto por la EMT. Mi casa está bastante bien comunicada con el centro y, gracias a un estupendo programita que me he instalado en el móvil y que me avisa de los minutos exactos que quedan para que llegue mi autobús, me ahorro largas esperas.

Y cuando por fin llega... ¡qué digo! incluso, cuando está a punto de llegar, empieza la aventura. Sin ir más lejos, este domingo me encontraba esperando el 148 en la calle Jaime el Conquistador. En la parada, sólo estábamos 3 personas: una señora mayor, una joven y yo (una mujer de mediana edad, vamos). La chica, bastante educada, preguntó si el 6 había pasado ya. La señora, muy amable, le contestó que sí, pero que a lo lejos ya se veía llegar el siguiente. Todo con muy buen rollo. Un buen rollo que me contagiaron. Así que, aunque yo era la primera en la fila, cuando el 148 abrió sus puertas, dejé subir primero a la señora, que me lo agradeció con una sonrisa. "Qué bonita es la vida" pensé yo, mientras validaba mi metrobús.

Como había bastantes asientos libres, me senté. Y, claro, me puse a escuchar la conversación de los de al lado. Lo normal. Era una pareja de amigos (no parecían tener mucha confianza), compuesta por un chico y una chica, de unos veintitantos años. La chica tenía esa típica forma de hablar que tan bien imitan en "Aída"... la típica forma de hablar de joven concursante de "Operación Momotombo" o "Curso del 63". Vamos, que no era fácilmente confundible con ninguna catedrática. El caso es que la chica contaba que le habían ofrecido trabajar en una serie de televisión, pero que claro, que eso requería que estuviera grabando todos los días durante varios meses y que ella quería terminar la carrera. Y que también le habían ofrecido ir al programa "Mujeres y hombres y viceversa", pero que no quiso por que ahí va "lo peor" y que la gente que va de público a los programas son "desechos humanos". Ella empezó a estudiar Periodismo, pero se cambió a Publicidad porque quería ser creativa, porque había ganado muchos concursos y el padre de una amiga suya era jefe en no sé dónde y ya tenía el trabajo asegurado cuando acabara y blablabla. Me pareció un discurso tan... terrible... El chico no abría la boca. Ella no dejó de decir lo estupenda que era y lo espantosa que era toda aquella gente que iba a aplaudir a los programas. Me dio tanta pena... Pensé que tal vez ella podría verse algún día en la necesidad de formar parte de esos "desechos humanos" que, por no ser "creativos", tienen que pasar la mañana bailando politonos y aprovechando el bocadillo que les dan.

El caso es que tuve que desconectarme de esa conversación, porque, de repente, en la parada de la Ronda de Toledo esquina a la Ribera de Curtidores, con el rastro en pleno apogeo, una señora muy mayor, corría como podía para alcanzar al autobús, que ya había cerrado las puertas y estaba arrancando. El caso es que la señora se acercó demasiado al vehículo y, de no ser por un joven sudamericano que la cogió del brazo casi al vuelo, habría sufrido alguna lesión al golpearse con la carrocería. Medio autobús gritó y luego todo el mundo comentaba que "madre mía, si no hubiera sido por el muchacho", "es que este autobusero va como loco", "la gente no tiene cuidado y luego pasa lo que pasa"... En fin, se creó ese típico momento en el que todo el mundo se da la razón y se oyen varios "diga usted que sí".

En Plaza de España, todo parecía en calma, cuando, cerca de mí, se sientan dos señoras que vienen increpando a un treintañero: "si es que llevas avasallando desde que estabas en la parada", "es que no tienes vergüenza". El chico, sudoroso y nervioso, empezó a decir, bastante violentamente, unas palabras que nadie pudo descifrar, porque no parecía estar hablando en castellano. Una de las señoras, se puso "muy flamenca" (como dice mi madre) y dijo: "¡¡a mí me hablas en español!!". Y el chico habló en español, pero bajito. Y dijo una serie de barbaridades. Las señoras le mandaron a hacer puñetas y ahí se acabó el tema.

Para cuando llegamos a Callao, los ánimos estaban caldeadísimos... Y yo me preguntaba cómo era posible que, en apenas tres kilómetros, uno pudiera perder la fe en el género humano...

¿Será que el autobús saca lo peor de nosotros? No, porque el coche también lo hace... ¿Será que las ruedas y el ser humano no son compatibles?

Hoy ha habido huelga de metro. Así que no me quiero ni imaginar la de broncas, insultos y peleas que ha habido por todo Madrid. Pero no hay que olvidar que, también a veces, en esos lugares, la masa se une en favor de la solidaridad y se ceden asientos, se le pide a gritos al autobusero que pare, que a un señor se le ha pasado la parada, se entablan agradables conversaciones...

Montar en autobús es una aventura fascinante. Hacedlo y siempre tendréis algo que contar, por tonto que sea...

----------
Hoy no dejo una canción. Hoy dejo mi poema favorito de mi poeta favorito:

viernes, 25 de junio de 2010

Lejos de aquí.

Un día, mientras le contaba a alguien que iba a viajar a París, las cosas que no debería perderse en su visita, me interrumpió para preguntarme: "Pero, ¿tú cuánto tiempo estuviste allí?". Le contesté la verdad: tres días. "Y ¿cómo es posible que me des tanto detalle? ¡Si parece que has estado un mes!". Y era cierto. Acumulé tanta información que parecía que lo conocía al dedillo.

Y es que viajar sería, seguramente, a lo que dedicaría todo mi tiempo libre. Pero como tengo aún menos dinero que tiempo, lo hago infinitamente menos de lo deseable.

Empecé a viajar desde que nací. Con cuatro años, ya me había recorrido buena parte de España con mi familia (lógicamente, aún no me dejaban viajar sola). Hasta que entré en la guardería, viví en Pamplona, en Ciudad Real, en Lleida (hoy he aprendido que es la forma "legal" de decir Lérida), en Tenerife, en Gran Canaria, en Bilbao... Vamos, lo que se dice "un no parar".

Después, cuando el colegio me impedía seguir a mi padre en sus viajes de trabajo, aprovechábamos las largas vacaciones estivales para irnos con él todo el verano. Dos meses en Barcelona, otros dos en Alicante... Sin contar con que mis progenitores no parecían tener bastante con los viajes laborales y, en cuanto podían, nos llevaban de excursión o de vacaciones por Andalucía, o Galicia, o Castellón...

Así que, estar de viaje era casi mi estado natural. Nunca me ha dado pereza hacer una maleta y salir pitando.

Cuando empecé a viajar con amigos y tenía que costeármelo yo, me encontré con dos handicaps: la falta de dinero y mi absoluto terror a montar en avión. Así que comencé con rutas en autocar por la Europa próxima: Portugal, Francia, Países Bajos, Bélgica... Esos típicos viajes organizados, de levantarse a las 6 de la mañana, comer con miedo a perder el autobús... Me daba igual. Lo único que quería era descubrir rincones nuevos, sacar cientos de fotos ("cientos" no es una forma de hablar), escribir sobre lo que vivía y veía.

Fue así como me entrené para sacarle el jugo a las estancias cortas. Porque, a pesar de tener que ser una turista más, de las típicas de bermuda, gafas, mochila y sombrero, yo intentaba no serlo por dentro. Intentaba imaginar que realmente estaba viviendo en cada ciudad. Absorbía cada minuto, memorizaba cada puerta, ventana, esquina, cartel...

Más tarde, fui ampliando los horizontes y empecé a coger aviones y a dejar los viajes organizados. Y cada vez entro a menos museos y a más bares o parques, o a calles que no vienen en las guías... Porque me gustaría vivir un tiempo en cada ciudad que visito. Me gustaría pasar desapercibida y parecer uno más. Algo que jamás conseguiré mientras siga teniendo que preguntar "do you speak English" en países no angloparlantes...

Porque cuando viajo, soy libre. Me puedo inventar un personaje, que viste de forma distinta y no tiene pasado.

Por eso me pongo un poco mustia cuando paso demasiado tiempo sin salir de Madrid. Recuerdo que, cuando cada mañana iba a mi anterior trabajo por la carretera de Colmenar, me entraban unas ganas casi irrefrenables de saltarme la salida y continuar hacia cualquier sitio.

Viajar es la mejor forma de renovarse, de conocerse, de limpiar la mente, de hacerse más fuerte o, mejor aún, más flexible.

----------
La canción de hoy no viene a cuento de nada. Simplemente, me gusta mucho. Y como novedad, es actual... que todo lo que pongo aquí suele ser bastante "carca"...

jueves, 24 de junio de 2010

Objetivamente subjetivo.

En mi carrera teníamos una asignatura llamada Realización, que tenía una parte de Historia del Cine. Nos hablaban de las distintas corrientes cinematográficas y entre ellas, estaba la que se conocía como “Kino Glaz” (“cine ojo” en ruso), creada por el documentalista Dziga Vertov. Esta corriente defendía la idea de que la cámara debía ser un ojo que únicamente transmitiera lo que ve, sin juzgar, sin preparar, usando el montaje sólo para unir fragmentos y no como instrumento de lenguaje. La cámara debía ser absolutamente objetiva y rodar lo que ocurriera delante de ella, sin censura y sin tratamiento.

A mí todo aquello me pareció muy bien, salvo por un detalle que discutí con un profesor: algunos de esos documentales, llevaban música. Música “heterodiegética”. Música puesta ahí por el realizador durante el montaje. Y la música anula la objetividad. Porque la música es tremendamente expresiva. Y no es lo mismo que, mientras nos graban, yo te mire y suenen de fondo las Gimnopedias de Satie, que la Quinta de Beethoven. El mensaje es bien distinto en ambos casos.

Es por eso que me saca de quicio la moda que siguen actualmente algunos programas de corte informativo, que añaden música de fondo a sus reportajes. En muchísimos casos, realmente inoportuna.

Me molesta, porque una cosa es poner una musiquita para ambientar una noticia sobre cine, o sobre la Pasarela Cibeles y otra muy distinta ponérsela al testimonio de los familiares de una víctima de malos tratos, o cualquier otra desgracia. En este último caso, me parece una total falta de respeto. Porque, aunque la música tenga un tono dramático o melancólico, la desgracia se está acentuando de una forma bastante teatral, cuando la desgracia en sí misma es más que suficiente para llegar al corazón y despertar la empatía de los televidentes.

Es algo como lo que argumentaba Hitchcock sobre la ausencia de música en su película Los pájaros. Las aves y sus graznidos eran lo suficientemente terroríficos por sí solos.

Defiendo el uso de la música en el documental, porque al fin y al cabo, es una obra “de autor” y cada autor expresa lo que quiere como quiere. En cambio, creo que jamás debería acompañar a un reportaje de actualidad. Por mucho que la objetividad periodística se haya dado ya por perdida, no se debería poner música a una noticia, especialmente si es mala (la noticia, no la música).

Y, hablando de objetividad periodística, me viene a la mente una noticia que leí en el diario El Globo, del año 1914, mientras hacía un trabajo para otra asignatura. Narraba la historia de un timo que había tenido lugar en el Paseo de Recoletos. Una joven sirvienta llamada Victoria, paseaba con un baúl lleno de ropa. Una anciana aparentemente inofensiva que apareció de repente, le pidió un favor: llevar un paquete a la calle Barquillo, porque a ella le fallaban las piernas y no podía llegar hasta allí. A cambio, ella se quedaría allí sentadita, guardándole el baúl, mientras esperaba a que Victoria volviese. Lo que sucedió fue que la anciana huyó con el baúl y todo lo que contenía. Y el periodista, para contar que la sirvienta se dejó engañar, escribió, literalmente: “Victoria, que debe ser más sencilla que una codorniz…”

La objetividad periodística murió hace muchos años, si es que alguna vez llegó a nacer. Pero la música era lo que nos faltaba.

----------
Y, para finalizar, un tema cinematográfico, que habla de algo tan sencillo como un hombre y una mujer...
Francis Lai – Un Homme Et Une Femme

martes, 22 de junio de 2010

Calores.

Ya es verano. Ya empezamos a sudar, a bufar mientras mascullamos "qué calorrr". Ya llegan las noches de ventanas abiertas y los amaneceres madrugadores que hacen que el sol te despierte y tengas que levantarte a bajar la persiana.

Me encanta el verano. Soy de esa mitad de la población que prefiere el calorazo al frío. Por muchas razones: te vistes más rápido, vas más cómodo... y, por mi parte, en esta época estoy mucho más activa. Me cuesta menos moverme, salir... Lo de la manta en el sofá me da una pereza tremenda, porque el frío me paraliza. En cambio, combatir el calor es mucho más divertido: una ducha fresca, un granizado de limón bien ácido, poca ropa...

Y llega el verano y llegan las piscinas. Y las playas. Y es en esos lugares donde ocurre un fenómeno social que nunca he entendido: la pérdida absoluta del pudor.

Tanto en las piscinas como en las playas, la gente, lógicamente, se despoja de sus ropajes y enseña más o menos carne. Los michelines, las celulitis, los pelos, las nalgas, algunos pechos... todo queda al aire. Y da igual. Da exactamente igual. ¿Por qué? Porque en estos sitios, estamos protegidos por una valla/muro/duna/seto, que nos separa de un mundo vestido. Porque si traspasas esa linde sin haberte puesto algo encima, será un escándalo.

Es algo que siempre me ha llamado mucho la atención. Yo puedo estar sentadita en el murete de un paseo marítimo, al borde de la playa. Si miro hacia la arena y veo, refrescando sus pies, a un venerable anciano danés que pasea orgulloso su ajustado tanga amarillo limón, me parece normal. Forma parte del paisaje playero. Me parece poco estético, pero normal. En cambio, si ese mismo caballero se pasea de la misma guisa, pero por la acera de enfrente del paseo marítimo y yo le observo desde el mismo murete... me seguirá pareciendo poco estético, pero también escándalo público. Porque ese murete, por estrecho que sea, nos protege. Tras el murete, la celulitis, los pelos, los pechos turgentes o caídos, los muslos flácidos o fibrosos no importan.

En verano y en las playas nos tomamos unas licencias a las que no encuentro lógica alguna. Por ejemplo, yo no hago top-less. Pero siempre me he preguntado una cosa: si te pasas el año tapando tus pechos, si te daría una vergüenza horrorosa que tus amigos y conocidos te vieran semidesnuda en el mes de enero, en la calle, en la oficina... ¿ese pudor desaparece por completo en la playa? Si te encuentras a tu vecino de enfrente, del que te escondes tras las cortinas mientras te vistes por la mañana, pero estás en top-less junto al mar, ¿ya te da igual? Son los mismos pechos y están más cerca...

Es parte de la libertad del verano. Fuera mangas, fuera calcetines, fuera fajas, fuera pudor.

Feliz canícula.

----------

Y como ahora, una tímida luna domina el cielo, os dejo esta bellísima melodía, para que durmáis maravillosamente bien y soñéis, dormidos o despiertos con quien o lo que os haga sonreír...
Debussy – Claire De Lune

domingo, 20 de junio de 2010

Muebles viejos.

Este fin de semana hemos estado organizando un poco la casa. Hemos cambiado algunos muebles viejos y hemos comprado una tele nueva para la habitación. Teníamos una pequeña, de unas 15 pulgadas, de tubo, que cumplió muy bien su función durante unos dieciséis años, pero que ya se había quedado obsoleta. También nos hemos desprendido, por fin, de la otra tele, la grande, que guardábamos en la habitación mediana, aunque dejó de funcionar allá por el 2007.

Mi marido ha sugerido que lo dejáramos todo en la calle, al lado de los contenedores de basura, porque seguro que alguien lo aprovecharía: las dos teles (con su mando a distancia), un armario bajo y una especie de asiento de masaje shiatsu que le regalaron a mi suegra por comprar no recuerdo qué, y que te dejaba la espalda peor que antes del masaje.

Efectivamente, diez minutos después, una familia sudamericana se llevaba el armario, comentando lo bien que les venía. A la media hora no había ni rastro de las teles, ni del asiento de masajes.

Me he alegrado de que alguien pudiera aprovechar algo que, en mi casa, sólo estaba estorbando. No me gusta tirar las cosas. La ropa que no me pongo, la suelo regalar. También, otros muebles, los he dado a una asociación que hay en el barrio, que da trabajo a drogodependientes en rehabilitación.

Pero todo esto, también me ha hecho pensar en lo poco conformistas que somos. Yo, la primera. Y en lo poco que cuesta desprenderse de las cosas cuando las sustituimos por otras nuevas, más bonitas, más aparentes...

Es inevitable que sea así. Si las personas que hoy han recogido las cosas que yo he tirado, pudieran haberse comprado una tele o un armario nuevo, habrían hecho exactamente lo mismo que yo. Poca gente hay, en nuestra sociedad, que viva, por gusto, sólo con lo justo.

"Necesitamos una tele nueva". Eso fue lo que dije, poco antes de comprarla. Necesitar, lo que se dice necesitar... sólo necesitamos respirar y beber. Todo lo demás, simplemente, lo queremos. Y a base de querer cosas, han ido avanzando las civilizaciones. Pero, siempre queda mejor decir "lo necesito". Es una justificación mucho mejor vista que decir "lo quiero". Somos caprichosos, pero nos da vergüenza admitirlo.

Ayer vi un trocito de "Mujeres Ricas", el programa de LaSexta. Una de ellas decía que jamás compraba en Zara. Dos chicos que estaban con ella, se le echaron encima, diciendo que qué tenía de malo comprar en Zara. Ella no supo explicarse y, durante bastante rato, estuvo justificando como pudo su comentario. Hasta acabó lloriqueando, diciendo que le parecía fenomenal que Zara existiera, porque así, la gente más o menos pobre, podía salir bien vestida a la calle, pero que, simplemente, ella prefería comprar en Dolce & Gabanna. Yo la entendí perfectamente. No me pareció un comentario escandaloso en absoluto. Ella no compra en Zara, igual que yo no compro la ropa en mercadillos de segunda mano. Nos escandalizamos de que los ricos no hagan cosas de gente de clase media o media baja. Y no nos escandalizamos de que nosotros no hagamos cosas de gente pobre.

No digo que haya que cambiar todo esto. Probablemente, fuera lo ideal, pero el ser humano no es ideal. El pobre haría lo mismo que hace el rico, si también lo fuera. Y viceversa.

Ya que no podemos construir un mundo perfecto, hagamos que, por lo menos, no sea hipócrita...

----------

Y la canción de hoy...

viernes, 18 de junio de 2010

Página en blanco.

Tengo unas ganas tremendas de escribir. Me invaden desde hace un par de días. Lo que aquí escribo, normalmente es producto de una decisión que suelo tomar mientras vuelvo a casa desde el trabajo, que es, prácticamente, el único momento que tengo en el día para pensar lo que a mí me dé la gana.

Pero no se me ocurre nada. Nada útil.

Y aún así, no se me van las ganas de escribir.

Como el blog es mío, nadie me paga por mantenerlo y nadie entra aquí por obligación, no tendría por qué preocuparme tanto por lo que pongo o dejo de poner. Pero es que la palabra escrita nunca será lo mismo que la hablada. Uno puede hablar por hablar durante horas. Uno puede romper un silencio diciendo simplemente "pues sí, pues sí". Pero uno no puede romper el blanco de una hoja o de un cuadro de diálogo para escribir frases que no signifiquen nada.

Cualquier espacio en el que uno deba o pueda escribir, produce un respeto que parecen no merecer las personas con las que nos comunicamos oralmente.

Todo lo que yo escriba aquí, lo estoy firmando. Quedará aquí plasmado y siempre será relacionado conmigo. Son palabras mayores.

Tal vez por eso sea peor ponerse a escribir sin tener nada que decir.

Pero, mira, como decía Lope de Vega: "Un soneto me manda hacer Violante,/que en mi vida me he visto en tal aprieto./Catorce versos dicen que es soneto:/burla burlando, van los tres delante".

El no tener nada que escribir ha sido, como suele decir alguien que conozco, una "excusa endeble" para escribir otra vez...

jueves, 17 de junio de 2010

Declaración de amor.

No soy patriota. Nunca lo he sido. No me siento orgullosa de ser española. Como tampoco me siento orgullosa de ser castaña. Nací aquí y nací así. Siento lo mismo por un señor de Cuenca que por un señor de Minsk. Así que para mí, la humanidad se divide en dos: la gente que conozco y la que no conozco. Así de simple y así de crudo, pensarán algunos. No es que no sienta dolor cuando un español sufre, que sí lo siento. Pero es el mismo dolor que siento cuando sufre cualquier otro ser humano. La cercanía del dolor, impresiona, pero no duele más. Pero esa es otra cuestión, más extensa, que no es la que quiero tratar aquí hoy, pero que me sirve de introducción.

Lo que siento por Madrid, alguien podría calificarlo de patriotismo, pero no me gustaría que fuera así. No en el sentido de orgullo patrio, ni de sentirme unida al resto de los madrileños. Sé que lo que siento por Madrid, lo siento porque es mi ciudad. Porque nací aquí y porque mis raíces están aquí. Pero no es orgullo. Es amor.

Hoy la he vuelto a cruzar. Lo hago a menudo, casi siempre en coche, entre semana. De Príncipe Pío a Velázquez, atravesando la Gran Vía, Alcalá... y vuelta a casa por Recoletos. Y nunca me es indiferente.

Amo la luz rosa de su atardecer, el constante movimiento de gentes de buen y mal vivir, las fachadas, los cambios radicales de ambiente con tan sólo torcer la esquina, la sonrisa que emana de cada calle...

Amo Madrid como Eugène Atget amaba París. Discretamente, viviéndola, pero observándola en silencio.

Precisamente, fue volviendo de París cuando me di cuenta de este amor. Volví impresionada por el derroche de belleza de la capital gala. Y, cuando vi de nuevo mi ciudad... me pareció pequeña, modesta, pobre... Y me sentí infiel.

Sin embargo, a menudo necesito irme de aquí. Como dice Sabina en una canción, "de sobra sabes que eres la primera y, sin embargo, un rato cada día, te cambiaría por cualquiera"... Algo así. Porque siempre necesito escaparme un rato de lo que amo.

Sé que amo Madrid como cualquiera ama al lugar donde nació. Pero Madrid se hace difícil de querer... y yo le pongo mucho empeño.


lunes, 14 de junio de 2010

Esto no es normal.

"José Julián me cae súper bien". "Ay, es verdad... es que es tan normal..."

Si hace algún tiempo alguien me hubiera dicho que soy "muy normal", me habría ofendido mucho. ¿Normal yo? ¡Ja! Pues no me curro yo nada no ser "normal". Años de trabajo interior para hacer de mí misma un ser "diferente", incluso "extraño", para que me vengas ahora diciendo que soy "muy normal".

Pero no. Hoy es un piropo. Lo mejor que le pueden decir a uno.

Y ¿cómo definirías a alguien "normal"? Casi todo el mundo lo parece, pero... ¿qué hace de esa persona alguien "normal" y que eso sea algo extraordinario?

"Normal" es quien hace y dice las cosas que tú encuentras lógico que haga o diga. Pero, entonces... eso presupone que tú también seas "normal". Y, en cambio, parece que la "normalidad" no abunda.

Pues no, no abunda. No es normal ser normal.

Para mí, una persona "normal", responde a los saludos, devuelve las llamadas, se despide antes de colgar, da las gracias. Cuando no está de buen humor, se nota. Cuando está de buen humor, también se nota. Cuando pregunta algo, escucha la respuesta y no mira para otro lado... No sé. Cosas normales.

Es que todo esto que he dicho parece simple buena educación. Pero no es sólo eso. Es alguien que reacciona de acuerdo con lo lógico. Alguien que empatiza. Alguien que es consciente que está interactuando con otros seres humanos. Eso es para mí alguien "normal".

Y ¿cuánta gente normal conozco? Poca. Ni siquiera yo me lo considero. Por eso, me parece un valor en alza. Es realmente un alivio encontrarse con alguien normal. Muy normal. Terriblemente normal.

Alguien que haga que te sientas como en casa y en pijama.

--------
La canción de hoy, no podría ser otra:

viernes, 11 de junio de 2010

¿Quién da la vez?

¡Uf! Ya estoy aquí. Exhausta, pero estoy.

La vida es una larga espera. A veces, no se sabe muy bien de qué, pero igual, se espera. Y el ser humano suele esperar... haciendo cola.

Se hacen un montón de estudios sobre el porcentaje de tiempo que pasamos durmiendo, o trabajando, o haciendo el amor. Pero ¿qué pasa con el porcentaje de tiempo que pasamos en una fila?

Desde bien pequeñitos nos enseñan a esperar en cola. Para entrar en clase, teníamos que formar una fila bien ordenadita. Recuerdo que en mi curso había un mandón al que sus súbditos, le guardaban cada día el primer sitio y nadie le rechistaba (a un mocoso de 6 años, pero que era hijo de la seño). Es un buen entrenamiento para lo que viene después.

Porque después, viene la cola para entrar en la discoteca. Una cola incierta. "¿Me dejarán pasar? ¿Llevaré los calcetines del color adecuado?" Te solías preguntar, mientras veías cómo las tres súper guapas de turno le daban dos besos al de la puerta y pasaban de esperar.

Si la cosa iba bien, una vez dentro y, especialmente, si eras chica, tocaba la cola del baño. ¿Por qué? ¿Miccionamos más lentamente? No. Bien sabido es que no se ha conocido aún el caso de ninguna mujer que haya ido sola al servicio de un local público.

Unos años más tarde, si te da por estudiar en la Universidad (por lo menos, en la pública), se te va a exigir una gran experiencia en hacer cola. Cola para coger cita para matricularse. Cola para matricularse. Cola en la cafetería. Cola para hacer fotocopias. Así, año tras año. El caso es hacer callo para soportar con fuerzas la cola del paro.

Y luego vienen la cola de la pescadería, la del banco, la del estanco, la de Correos, la del autobús, la del aeropuerto... y si te quedan tiempo, dinero y ganas, la del cine.

El caso es que nunca llegamos a cansarnos de hacer cola, porque, cuando nos jubilamos, formamos largas filas para poder probar ese vasito de caldo Gallina Blanca que una señorita muy sonriente ofrece, de manera gratuita y a modo de muestra, en el súper del barrio.

Y en la vida, como en las colas, siempre está el que llega primero, el que se cuela, el que se cansa de esperar, el que pierde el turno, el que se encuentra a un amigo... Porque, como ya he dicho, la vida es una larga espera...

Hoy, en lugar de una canción, os regalo unas risas (de mis favoritas), que nunca vienen mal mientras se espera...
Faemino y Cansado, La cola del cine. http://www.youtube.com/watch?v=b84VCpJfHk8

miércoles, 9 de junio de 2010

Y los sueños, sueños son...

Esta noche he tenido dos sueños. Tal vez más, pero sólo recuerdo dos, nítidamente. Dos sueños que no me han gustado. De esos que te cuentan cosas que no quieres que sucedan. Y me han cambiado para el resto del día. Me han metido una nube de esas que ahora están lloviendo y no logro sacármela.

Me he venido a casa a comer y no puedo comer.

¿Tanto poder tienen los sueños? Cualquier cosa o persona tiene poder, simplemente porque nosotros se lo damos. Y yo he otorgado a estos sueños el poder de nublarme el día.

Una vez, tuve un sueño que cambió por completo mi vida para siempre.

¿No os ha sucedido alguna vez algo parecido? Que un sueño os cambia el estado de ánimo. O que os cambia la forma de ver las cosas, aunque no dure mucho.

A veces, sueñas con alguien algo agradable y, al día siguiente le ves de otra forma. O puede suceder lo contrario.

No sé si me gusta la teoría de Freud sobre los sueños. Pero sí creo que, la sensación que algunos de ellos te dejan, puede decirte mucho sobre ti o sobre cómo ves ciertas cosas. De la mayoría, no puedo sacar ninguna conclusión, pero de otros, algo puedo aprender, de vez en cuando.

Alguien me dijo una vez que todas las personas que aparecen en los sueños somos nosotros mismos. Es lógico. Sus palabras son, en realidad, las nuestras.

Y no me gustan las cosas que me he dicho esta noche.

Eliminad la parte de diario íntimo que tiene este texto y quedaos sólo con la reflexión.

----------

Como punto y aparte, el otro día me dijeron que escogiera mi canción preferida sobre todas las demás. Y, sin duda alguna, es esta que os regalo en dos versiones y de paso, me regalo a mí también, para despejar la nube.



lunes, 7 de junio de 2010

Lo suficientemente adulta...

Andaba yo por sexto de EGB, cuando hacíamos un juego tontísimo que se suponía que predecía nuestro futuro. Simplemente, teníamos que elegir la edad a la que queríamos casarnos y luego, elegir tres posibles maridos, otros tres destinos de luna de miel, tres números de hijos y tres colores de vestido de novia. Con todos estos datos, a mí me salía que me iba a casar a los 23, con un tal Carlos, vestida de color azul e íbamos a tener cuatro hijos tras nuestro viaje de novios a Los Ángeles. Vamos, igualito a lo que sucedió en realidad.

Y es que, de pequeña, no imaginaba mi futuro ni remotamente parecido a lo que es hoy. Con unos cinco años, quería ser varias cosas a la vez: bailarina, actriz, cantante y carpintera. Cuatro cosas absolutamente innatas en mí. De hecho, no sé si me quedó mejor mi última representación de El Cascanueces o el armario ropero de roble de mi cuarto.

Un par de años más tarde, tres amiguitas mías, las más estudiosas de la clase, me dijeron que querían ser azafatas. A mí me pareció una solemne estupidez estudiar tantísimo (1º de EGB era muy duro) para acabar sirviendo bebidas en un avión. Así que, directamente, paseando por Ríos Rosas, le pregunté a mi padre con qué profesión podría ganar muchísimo dinero. Él me dijo que siendo notario. Al día siguiente les comuniqué a las futuras azafatas que yo prefería ganar un pastón sólo con firmar. Estuve también ahí muy acertada con mi pronóstico.

Poco tiempo después, tomé mi decisión más firme: quería ser locutora de radio. Si una adolescente es de por sí absolutamente insoportable, una adolescente que graba a todas horas programas de radio y se empeña en entrevistar a toda su familia y amigos, haciéndoles pasar por George Michael y Milli Vanilli... no os quiero ni contar. Pero, es que, de verdad, quería serlo. Y en eso sí puse todo mi empeño. Estudié lo que tuve que estudiar, me presenté a todas las pruebas, aproveché todas las oportunidades y conseguí unas cuantas. Y, de repente, cuando estaba en el lugar adecuado... lo dejo. Y me voy a la tele. Como decía la canción: el vídeo mató a la estrella de la radio.

Y entonces la vida empieza a dar vueltas y vueltas y me lleva por sitios a los que a veces quiero ir y otras no... y cumplo treintaybastantes y me doy cuenta de que no me parezco en nada a aquella persona que pensé que iba a ser. Y que, en cambio, estoy bastante satisfecha en general de no haberme casado con el tal Carlos a los 23 (y menos, de azul).

Guardo unos cuantos diarios que solía escribir. El primero lo empecé a los 9 años. El segundo, lo escribí de los 14 a los 18. Y me da una alegría inmensa ver que ahora me parezco mucho más a la niña de nueve que a la de quince. Creo que, en cierto modo, la madurez no es más que la aceptación de que somos niños, que no nos da vergüenza serlo y de que somos lo bastante mayores y sensatos como para no querer dejar de serlo.

Aprovechando el tema, hoy os regalo una canción de Jobim que adoro, llamada "Insensatez".



sábado, 5 de junio de 2010

Las cuatro de la mañana.

No pensaba volver por aquí tan pronto. Pero, una vez más, el sueño no quiere encontrarme. Tengo una especie de jet lag permanente. Como si viviera un huso horario más occidental.

Tal vez sea porque me encanta la noche. No exactamente para vivirla de bar en bar, ni para bailarla, ni para bebérmela. Me encanta la noche para estar, simplemente. Para ser consciente de estar.

A estas horas soy más libre para pensar y para sentir. Incluso para expresar, aún sin interlocutor. Porque nada interrumpe. La luz de las estrellas no deslumbra como la del sol. El aire es más respirable. Y todo parece más cercano.

Es como si de noche, me mintiese menos a mí misma. Como si no hiciera falta maquillaje, ni posturas. Como si sólo hiciera falta vestirse de verdades. No hay prisas, ni deberes. Sólo la brisa y el silencio que entran por la ventana.

Creo que la gente que no duerme de noche vive en un mundo paralelo. La mente no es la misma. No se ve la vida del mismo color. Es como si se mezclase la realidad con el universo onírico. Como si el subconsciente estuviera más a flor de piel. Una especie de embriaguez lúcida.

Es un momento estupendo para escribir cosas distintas, que difícilmente soportan la luz del día.

Una verdadera pausa entre citas ineludibles. Tomarme unas vacaciones de mí misma. Salir un rato de todo lo que se supone que debo ser.

viernes, 4 de junio de 2010

El saber no libera lugar.

La vida tiene muchos sentidos. Lo mejor, es no buscarle ninguno y vivirla tranquilamente, pero, por ejemplo, la ilusión es uno de los motores que más ayudan a seguir adelante. Para mí, otro es la curiosidad, que tal vez es también una forma de ilusión.

No es que yo sepa mucho de nada. Como dice mi padre (al que, como habréis notado, nombro frecuentemente en estos textos, porque me aporta muchas ideas), "con lo que yo desconozco, se podrían escribir enciclopedias". Pero siempre me ha gustado aprender sobre casi cualquier cosa.

Porque cualquier tema puede resultar interesante y atractivo si te lo enseña el maestro adecuado. Yo tuve unos profesores de Literatura y de Matemáticas, a mi modo de ver, absolutamente desastrosos. No digo que no amaran lo que enseñaban, pero no lo sabían transmitir en absoluto. Así me pasó: la Literatura no se me daba mal y salí adelante bastante bien, pero, en cambio, era un desastre para los números y mi profesor no supo remediarlo.

Sin embargo, en la facultad, había una asignatura que poco o nada tenía que ver con la carrera: Psicología. Pero el catedrático, aquel hombre bajito y lleno de energía y de hijos, era tan buen comunicador, que sus clases estaban llenas. Porque daba gusto oírle. Porque te daban ganas de aprender más y más sobre la Pirámide de Maslow, aunque no pudieras aplicarlo como meritorio de rodaje.

Luego, fuera del mundo académico, te encuentras a menudo con el problema de dar con personas que saben mucho y que, no es que no sean buenos comunicadores, sino que no quieren comunicar nada de lo que saben. Porque la información es poder. Y porque si hoy te enseño, mañana me quitas el puesto. Hay mucha gente que sabe mucho, pero no tiene humildad y, yo diría que tampoco seguridad en sí misma.

Últimamente, la vida me ha puesto en el camino varias personas que saben mucho y comparten gustosamente todo lo que saben. Y eso me hace tremendamente feliz, porque casi todos los días, gracias a ellos, aprendo algo nuevo y así, casi todos los días, yo tengo más motivación para aprender más.

Por eso digo que, si bien el saber no ocupa lugar, no es menos cierto que tampoco lo libera. Aunque compartamos nuestros abundantes o escasos conocimientos, no se nos va a quedar vacío el cerebro.

Y pocas cosas hay tan bonitas como saber que, gracias a ti, alguien ha aprendido algo nuevo.

miércoles, 2 de junio de 2010

Cosas que se dicen.

Esta mañana, camino del trabajo, he oído un anuncio en la radio que me ha recordado lo mucho que me molestan o lo poco que entiendo algunas frases que se utilizan mucho, pero que a mí no me suenan bien.

El anuncio era de una agencia de viajes y decía: "comida, días y niños, gratis". Es decir, te dan de comer gratis, te dan unos días adicionales gratis y... ¿te dan algún que otro niño gratis? ¿te lo dan? A lo mejor es que es mucho más largo decir "los niños no pagan" o "los niños van gratis" o yo qué sé. Pero... ¿"niños gratis"? ¿Qué clase de turismo es ese? Prefiero no pensarlo...

Otra cosa que se utiliza mucho en el mundillo inmobiliario de los particulares es algo que siempre me ha sonado fatal. Y eso que está bien dicho. Anuncio colgando de una ventana cualquiera: "Se vende piso. Razón: portería". ¿Se vende el piso porque el portero no les cae bien? ¿Es porque la portería es muy ruidosa o muy fea? ¿O, acaso es porque tienes que preguntar en la portería y el portero te cuenta cuál es la razón por la que venden el piso, aprovechando que los porteros/as siempre han tenido fama de cotillas? Ya sé que esto es cosa mía, pero yo creo que el término "razón" con ese significado, ya sólo se usa para vender pisos...

Hay unas palabras que utilizamos todos y que, parándome a pensar, no sé lo que significan. Es decir, el sentido está claro, pero... analizándolo bien, pues... no tanto. Y son, "desde luego". "Desde luego... hay que ver lo soso que es el pobre" o "Desde luego que sí". Literalmente, "desde luego" quiere decir "a partir de dentro de un rato" o algo así, pero "a partir de dentro de un rato.... hay que ver lo soso que es el pobre", no significa nada lógico. Está aceptadísimo por la Real Academia, pero ¿cómo ha llegado a convertirse esa frase en lo que ahora significa? Misterios insondables del lenguaje.

Otro de esos misterios es algo de lo que he hablado con mucha gente y a casi todo el mundo le pasa igual: "mejorando lo presente" no es un piropo. ¿Cómo va a serlo? "Angelina Jolie es un pibón... mejorando lo presente" ¿No te fastidia? O sea, que está buena y, encima, ¡me mejora a mí!

Hablamos mucho (no hablo, obviamente, por mí, ser retraído y silente donde los haya), pero a veces no nos paramos a pensar bien el significado exacto de las palabras que decimos...


martes, 1 de junio de 2010

Una cosita.

He añadido un enlace a una página de textos antiguos, ahí, a la derecha. Muy poca cosa, de momento. A ver si recopilo más...